miércoles, 18 de diciembre de 2013

Feliz Navidad




Por motivo de las fiestas navideñas quise publicar un artículo especial y después voy a seguir publicando en continuaciones mi “novela”
 A mis amigos y lectores les deseo  Feliz navidad y un prospero año nuevo.

Gabriel     

Nueva York Digital
Un pedazo del sueño Americano

- by Editor on Dec 3, 2013
Gabriel Panagiosoulis
El Bronx
De este patio comenzaba una escalera de hierro ya oxidada, para subir al segundo piso en donde los presos pasaban las noches encerrados en sus celdas.
Maki oyó las voces de los guardianes que gritaban: ¡Todos en la fila, es hora de encerrarlos! Tenía que salir y atravesar el congelado patio, subir las gradas una por una, por una escalera vieja que conducia al segundo piso.
El empujón en su espalda fue fuerte, en vano Maki se agarró de los pasamanos, pero no aguantó.
Por última vez levantó su cabeza y miró la luz de la falsa esperanza que alumbraba enfrente. Bajó la cabeza y miró sus pies que se arrastraban en el último peldaño.
Enfrente estaba la puerta de los dormitorios, parecía la boca de un monstruo, y las rejas los dientes de la fiera esperando devorar a un nuevo Jonás.
La celda húmeda y semi oscura, emitía una ola de amargura, de odio que ahogaba a la gente, contra el sistema americano. Maki no dijo nada a nadie ¿para qué? ¿Quién le iba a hacer caso? Se encerró en sí mismo con más odio y más rencor, caminó hasta su cama y se acostó.
Las ventanas de la celda estaban cubiertas con rejas y una doble malla de alambre. Maki pasaba el tiempo mirándolas, el tiempo no tenía ninguna importancia para él. El reloj había dejado de contarle las horas, no le importaba que hora era, o que día, o que mes, otros se habían encargado de medirle el tiempo, de su libertad.
Las noches eran más confortables que por el día.
Maki  liberaba su mente, salía de su cuerpo y viajaba como un pájaro. Era su maná, el espíritu de libertad que mantenía la llama de la esperanza. Por las noches cuando no podía dormir, cuando no se oía nada más que los ronquidos de los demás, se levantaba en la punta de sus pies, y caminaba hasta la ventana. Las rejas habían tapado la vista, pero en la esquina derecha, la malla de alambre tenía un agujero que se podía ver detrás de la superficie de vidrio. Pegaba su ojo a ese agujero y miraba, era increíble, las cosas que cabían en este diminuto agujero.
Le parecía que había abierto el cielo, altos rascacielos se habían engendrado en la isla de Manhattan y trataban de ahogarla. Las ventanas alumbraban con una luz amarillenta, otras con luces blancas y de colores fosforescentes. Luces que tomaban la forma de las ventanas, unas redondas, otras rectangulares y otras cuadradas, y al tope luces en formas cilíndricas. Todas juntas, daban la impresión de un tejido de encajes. Veía la lucecita de la boya, que alumbraba como una luciérnaga, y oía su campanita tocando según la mecían las pequeñas olas del mar. Su propósito era, para guiar los barcos en la oscuridad de la noche, en el puerto de Nueva York…
Gabriel Panagiosoulis
Gabriel Panagiosoulis
Gabriel Panagiosoulis- Escritor griego que escribe textos cortos en español y en inglés. Ha publicado varios libros en su lengua natal: griego. Ha recibido varios premios literarios en Grecia. Nació en Pylaro, Cefalonia, Grecia. A la edad de 16 años emigró de su pueblo navegando como marinero buscando el sueño americano. Actualmente vive en El Bronx NY y escribe relatos y cuentos cortos en español, lengua que aprendió gracias a sus viajes por el mundo hispánico.

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domingo, 1 de diciembre de 2013

El sendero del Sol

                                   Tikal,   Guatemala           


            "El Sendero del Sol"            (Parte V)

El padre de Maki se había levantado temprano, se había ido al centro del pueblo a ver si encontraba a alguien que vaya a la ciudad, para encargarle que le traiga unas inyecciones de
Penicilina, (que apenas habían salido al mercado,) para su hermano que estaba con fiebre en la cama, decían que era tísico. Makis y sus hermanos estaban todavía acostados en la cama, para evitar el frío de la madrugada, esperando que su madre encendiera el fuego con leña y pusiera a hervir ha­rina de maíz, para desayunar con un plato caliente de maíz...
Ruido se oyó en el patio de la casa, su tía abrió las grillas de la ventana y haló a Maki de la mano. Cosa rara, su mano estaba temblando. Debe tener fiebre pensó Maki.
El patio de la casa se había llenado con hombres vestidos de verde, con botas militares de botín que habían robado de las fuerzas invasoras italianas. Parecían esqueletos sus caras sucias, despeinados con unos pelos largos llenos de piojos, sus ojos rojos como de carbón encendido, sus botas militares tamaño gigante, con unas capas largas, parecían vampiros que vinieron a chupar sangre. En sus hom­bros tenían rifles y las armaduras de balas cruzaban sus pechos. De sus cinturas guindaban granadas, listos para invadir el infierno a liberar al diablo.
-¿Mira tía, mira cuanta gente Italiana están en nuestro patio?-
-Mi hijo, ellos no son Italianos, ellos ya no existen, los mataron y los que se salvaron se fueron. Los que están afuera son Griegos los que llaman paramilitares, son gente salvaje sin escrúpulos. Venga para que veas, para que te acuerdes cuando crezcas,- dijo su tía y lo haló de la mano.
-Pienso tía, que ellos son griegos igual que nosotros, ¿qué nos puede pasar?-
-No sé, pero no me gustan sus caras, tienen vista de asesinos.-
-¿Mira aquel con el bigote? El es de otro pueblo, el otro con la bufanda abierta es de más allá, aquél que tiene su saco puesto sólo de una manga, es hermano del jefe. Entre ellos había un flaco bajito con barba larga gris, y un pelo amarillento largo y sucio, con una escopeta corta su cañería volteada hacia abajo, daba vueltas, y vueltas en el patio y mirada hacía el portón. Parecía que esperaba algo.
Maki se confundió, ¿cuántos eran? Parecían muchos, ¿y qué querían todos estos en su casa? Le entro miedo.
Su tía lo dejó clavado en la ventana y salió.
Del otro cuarto se oían los quejidos de su madre, que tenía dolor de muelas y hervía orégano para hacer pomada para aliviar el dolor. Los otros dos hermanos no hablaban, estaban en el cuarto con la madre y la tenían agarrada de su vestido.
El padre había salido temprano para buscar medicina para su hermano que estaba muriendo tísico con fiebre acostado en la cama. Su tía regresó a la ventana. Maki la miro en los ojos pidiendo una explicación.
-Ves todos estos perros han venido a matar a tu padre, lo están buscando en las tiendas, en el café, en las calles, han salido en su busca varios de ellos.-
Paró de hablar en un silencio congelado, que parecía eterno. Al fin suspiro y gritó:
¡-Que Dios nos ayude!-

Continuará