Fragmento
Las ventanas de la celda estaban cubiertas con rejas y una doble malla de
alambre. Pasaba su tiempo mirándolas, el tiempo no tenía ninguna importancia
para él. El reloj había parado de
contarle las horas, no le importaba que hora era, o que día, o que mes, otros
se habían encargado de medirle el tiempo, de su libertad.
Las noches eran más consolables que los días.
Dejaba su mente libre, salía de su cuerpo y viajaba como pájaro. Era su maná,
el espíritu de libertad que mantenía la llama de la esperanza. Por las noches
cuando no podía dormir, cuando no se oía nada más que los ronquidos de los demás, se levantaba en la punta de sus
pies, y caminaba hasta la ventana. Las rejas habían tapado la vista, pero en la
esquina derecha, la malla de alambre tenía un agujero que se podía ver detrás
de la superficie de vidrio. Pegaba su ojo a ese agujero y miraba, era increíble,
las cosas que cabían en este diminuto agujero.
Le parecía que había abierto el cielo, altos rascacielos se habían engendrado en la
isla de Manhatan y trataban de ahogarla. Las ventanas alumbraban con una luz
amarillenta, otras con luces blancas y de colores fosforescentes. Luces que tomaban la forma de las ventanas,
unas redondas, otras rectangulares y
otras cuadradas, y al tope luces en formas cilíndricas. Todas juntas, daban la
impresión de un tejido de encajes. Veía
la lucecita de la boya, que alumbraba
como una luciérnaga, y oía su campanita tocando según la mecían las pequeñas
olas del mar. Su propósito era, para guiar los barcos en la oscuridad de la
noche.
A media noche se oyeron las sirenas de los barcos que daban la bienvenida de nuevo año. Era un año más que se fue, pero el
nuevo año entró lleno de esperanzas.
Esta
ventana le servia como una pantalla de cine, él era el único espectador,
él público entero, para él brillaban las estrellas, tocaban las campanas. Su
pequeño agujero había sido su cine, su
esperanza, su vida. Mirando todo esto con los ojos llenos de lágrimas se
durmió. En su sueño, al fondo de su subconciencia, se oyeron ruidos de cadenas,
llaves que estaban jugando en las manos
de los guardianes. Despertó asustado, la vista desde el agujero se veía pálida,
señal que estaba amaneciendo un nuevo día. Regresó a su cama corriendo, se
escondió debajo de la colcha. Al rato se
oyó la voz del guardián y el ruido del bastón de hierro quebrando su manilla contra los armazones de hierro de las camas.
-Despierten,- gritaba, -todos arriba.-
Maki sintió como el Promitea, que las aves de
rapiña le estaban comiendo las entrañas amarado en su cama sin poder hacer
nada, un castigo nocturno de los dioses
por robarles el fuego y obsequiarlo a la humanidad.
Los días pasaban terribles ninguna esperanza de
salir se veía en el horizonte.
Los predicadores de una gran variedad de
religiones venían a propagar sus creencias, en el fértil ambiente de los
presos. Les predicaban de tener paciencia, animo a enfrentarse a las
dificultades de la vida, tomando de ejemplo a Jesús, su humilde vida, su
pobreza, su calvario, el no era ningún rico,
pero era un DiosGabriel
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